n i ñ o c e n c i a




Hubo un niño que nació viejo y murió de joven. Pagó su tumba con antelación pero arrastra una pesada osamenta de equipaje, como si aún esperara instalarse en la mansión de la gloria. Acaso haya un dios que quiera premiarle.

Hubo otro niño que murió pequeño y en vez de crecer se volvió fantasma. Lo señalaron y comieron su corazón pequeño. Es un vagabundo ahora, con su piel de hombre. Yo lo amo a él, como se ama una canción en los parques donde se refractan las soledades.

No preguntes de quiénes son padres ahora, sino de quiénes fueron hijos antes.

Habrás oído relatos que entreveran sus
nombres. Entretelas milenarias tergiversadas e inciertas. Mas no cómo los mercaderes —adoradores de ofrendas fastuosas y cárnicas— han impuesto la suya —mediante legislaciones y aniquilamientos de la vida y la palabra— contra las ofrendas humildes y terrenas de quienes han pergeñado la tierra igual que se venera una casa. Mira cómo las estigmatizan esas versiones, hasta criminalizarlas, sin vindicar la dignidad de su ofrenda.

Yo también puedo entrever en ello tu sino, niño de esteros, mas no sabría discernir de quién desciende tu historia. Pero no me interpongas si mi rostro ha portado tu ceño. Ninguna ley fundamentaría mi sacrificio ni tu escapatoria.

Escucha la canción de los parques. Solo esa canción amada es ofrenda —humilde, vagabunda, terrena.






Imágenes: "Ofrenda", fotografías con microescultura de Juan Chawuk, Jobel de las Causas, agosto de 2019. 
(Con mi gratitud al maestro por el gesto, los hallazgos y las correspondencias)