Tinta nabúlum (I)
I
Soy
la marioneta que baila. Me voy levantando lentamente con los hilos
del sol. Como si se desplegaran mis alas, extiendo los brazos sin
separar las pestañas. Ningún mueble acapara mi estancia. Ninguna
luz extra ilumina la longitud extensa de mi habitación. Me voy
levantando y se disipa la penumbra.
¿Pueden
escuchar esa música que me levanta? Es la música de la creación.
Una mezcla sonora y áurea que hace nacer el don de las cosas. Si no
sonara no surgiría la luz ni podría desenrrollarme del suelo donde
soy una nada, un hilacho sin motivación.
Extiendo
los brazos y parece que acuden los pájaros, pero son unas sombras
que fluyen sonoras. Mientras me voy levantando se escucha cómo
chocan las gotas -gotas de aire- y cómo caen la hojas -hojas de
luz-. Al hacer el contacto se revientan provocando una suave
coalición que termina por escurrirse en mi gravedad incorpórea; es
el halo que me hace vivir.
La
iluminación es umbría; no obstante, en el centro se congrega la
luz, que a veces desplazo con mi sombra.
Adoro
esa música; esa música que me hace vivir, como el hálito que me
alimenta.
Suena
un cristal como un élitro frágil; suena y puedo imaginar su
transparencia.
[...]