H i l o r o t o
Parecía que
los gatos habían comenzado a precipitarse y sucumbir, después de tantas vidas disipadas
en el salto. Que las tejas se llenaban de gusanos, después de tantas lluvias y de
tantos ángeles arrojados de quién sabe dónde. Que una canción muy triste
marchitaba los juguetes. Que una fuga de penumbra en el glogloteo estival ahumaba
los latidos. Que nadie recogería ese cuerpo de niño adolescente, si era un
papalote con el hilo roto al arbitrio del viento, ante el cielo a punto de destriparse
igual que un globo lleno de agua. La soledad se teñía los labios de negro; y su
voz, como el sonido interno del mar, musitaba, suave, cual ave que ya no puede volar.
Y se oía esa canción, llena de telarañas, recorriendo las columnas cervicales,
vertiendo el llanto lunar en las brasas de la palpitación. Aquello era gris, y uno…
transparente.
Extrañas asoman
esas imágenes hoy, cuando parece que ya amaneció y la lluvia se curó de cáncer.
Recomposición de un texto escrito en 1997.
Imagen: Sobre las nubes de Coyatoc, 2011.