Los flamingos de mi carne
Cuando el vino baja a desatar
los flamingos de mi carne
tengo que saltar
por la ventana de la tarde,
porque todo arde
en el interior de las realidades
que se ofertan en los ciclos escolares
con que cada niño funda su masturbación.
En vez de caer
hay algo que me sostiene en el aire,
y comienzo a pedalear
para alejarme.
Miro a esa mujer
con las pestañas afiladas,
es un maniquí que sangra por la boca;
su cabellera rota
es la canción inacabada
que permanece en la memoria
y que se asoma
al comienzo de cada juicio final.