El regalo de Florencio



Florencio me dio una moneda con sus pequeños dedos… Yo era un espectro que caminaba errabundo en las callejuelas de su pueblo, ese pueblo nebuloso que venero con tanto misterio desde que tenía su edad y vestía con sus atuendos.
Le pregunté su nombre, con mi tsotsil bienintencionado pero elemental y ladino. Él me respondió extendiéndome una moneda sin detener nuestra caminata ni interrumpir su sonrisa, mucha más gloriosa que ese sol obturado en mi chuk y el ofidio de lana serpenteando en mi cuello.
“Me llamo Florencio”, botitas meladas y camisa cuadriculada como un ángel niño disfrazado de vaquero.
“Me llamo Acoallantli, hombre de negro, como los chamulas fantasmas de tu sagrado pueblo.”
La extrajo de una bolsa con más dulces. “¡Es de una fiesta!”. Me la dio y me sorprendí de su cordialidad entreverada con mi aquiescencia de forastero. ¿Me sorprendí? Me conmoví por su generosidad sin amedrentamiento de mi sosiego de muerto, fantasma extraviado en las postales suspendidas de una infancia con menores prodigios que la suya sin saberlo.
Él desprendió la envoltura dorada de la suya y la humedeció en su boca; yo guardé la mía en mi monedero, con ironía lúdica, ostensiblemente como un ritual de agradecimiento que él comprendió con cabalidad.
Florencio se fue sin dejar de sonreír y sin pararse a fijarse en mí ni cuestionarse mi otredad, como quizá sí lo harían otros pequeños.
Se fue con los demás niños y yo me quedé a mirar los cerros, el arroyo, los borregos…


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Imagen: "Un fantasma risueño". Foto hecha por un niño chamula llamado Juan, tras venderme unos discos y videos piratas de “rock tsotsil”. San Juan Chamula, 2010.