Sin oportunidad de diálogo


Qué hace un hombre sin oportunidad de diálogo… Enloquecer o entretejer y destejer poemas. Enfermar o trazar dibujos o esbozar un cuadro. Abstraerse en los juegos de luz con su caja negra en las inmediaciones de coreografías púrpuras. Marchitarse o sustituir la interlocución con esa propensión a la ipsación estética que es la lectura o la mórbida delectación sonora; de textos o composiciones cuyos autores no pueden ser más que presencias impalpables, personas sin carne u otros hombres sin mejor oportunidad de diálogo que la interlocución potencial, ipsista y pirotécnica de una poiesis de hermosura abstrusa…

Sale y comparte el espacio; las noticias de las que participan sus contemporáneos. Va al cine. Logra conmoverse. Imparte puntos de vista en los bares, los transportes, las filas, el trabajo… Pero al final de la noche vuelve a sucumbir, sin oportunidad de diálogo…

“Mi aislamiento –escribió Bernardo Soares con la pluma estigia de Pessoa, o viceversa– no es busca de felicidad […] ni de tranquilidad, […] sino de sueño, de apagamiento, de renuncia pequeña.”