Malévola (Para Lhasa de Sela [1972-2010])
Malévola escande el último pedazo de botella; engulle con parsimonia su desintegración corpórea y mastica esa mirada tóxica de hierro crudo y hemorragia sidérea. Desde la silla de ruedas los coágulos del sol forman un dulce de azoteas y el nosocomio de sus vértebras líquidas exuda en una jeringa violeta. Glúteos, caderas, lágrimas de cabelleras teñidas han quedado a solas y en su memoria de alacena se deshojan las revistas. Hebras volátiles de algodón la representan, y ante el soundtrack de la regadera seca las conversaciones y malversaciones se fragmentan. Malévola esconde su voz y aleja sus ideas. Prefiere una canción, incompleta y quebradiza. Prefiere el pasillo a oscuras que tragó todos los parques. Malévola inventa nuevas formas de mirar cristales. La ventana clausurada es una gota que se expande. Sin embargo, no renuncia a los crepúsculos frutales, se sueña violenta en su silla de ruedas que secuestra el aire donde vuela verdosa con el humo de lata y piedra. En el cesto de juguetes muertos yacen cosas que no pudo explicarse. Las risas de niños nadan en la cuchara. Y malévola espera.
Malévola escande el último pedazo de botella. Desde su silla de ruedas el sol es un dulce de azoteas y el nosocomio violeta cabe en la jeringa. Glúteos, caderas, miradas de cabelleras teñidas han quedado a solas en una alacena donde las revistas se deshojan. Malévola observa su desintegración corpórea, un tanto intoxicada con el hierro crudo de una hemorragia sidérea. Huidiza como hebra gatuna de algodón, evade las conversaciones y prefiere el soundtrack de la regadera que revive en la sequía. Malévola aplaude y sus dedos se cristalizan. Y espera.