Imagináreos


El asesino que nos miraba desde su planeta de vidrios cambió su quijada de burro por una botella de pétalos.
Cerró su puerta a la tarde construida con cariños amputados y cabellos rotos.
Nos sigue observando. Somos el atractivo de su zoológico particular.
Nos mira con sueño, con su jaqueca obstruida por un tiradero de pastillas que apetecen carroña.
Nos mira con la penumbra en su rostro, con el aroma de nubes quebradas como un huevo en la taza de sus ojos café.
Somos las criaturas que lo celebran. Le damos un espectáculo de hojas que caen y lágrimas secas; un festival de saliva y manos que vuelan, que se revuelcan sobre la yema del sol derramada en el mantel.
No quisimos su crimen, por eso aprendió a recolectar las caricias de nuestro alimento salvaje, a sentir sus vértebras como una estructura móvil de la soledad, a mirar la bóveda como un patio aéreo de juegos pirotécnicos que escupe el silencio.
Somos la fauna de sus conciertos cotidianos. Criaturas sin nombre que inventamos un horario sin proporción ni equilibrio. Coleccionamos sabores y climas, aventuras pequeñas y piezas de vida.
Él nos observa, con tedio y melancolía.
Nos trae la noche y nos quita los sueños.
Se aleja. Nos deja... con la creencia de que desaparecemos cuando despegua sus párpados...