PERSEFONÍA ASTRAL

Esas partituras que guardan volidos de lluvia se hinchan sonoras de imágenes. Vertedero de paisajes. Ojos alados que diluvian. Mi cama arbolece, humea, con gemidos de mar que empañan los cristales. Juego diamantino de sextantes. Lunas que amanecen encerradas en la mano. Polvos celestes que se salen del frasco. El clima desciende y mi cuarto palpita violáceo, umbrío, en volandas.

Espiral de sonidos. Collares melódicos. Voces que transmigran hacia un hálito claroscuro. Viaje serpentino que humedece los sentidos. Gotas eólicas de iluminación sombría. Cromo de Varo. Gruta lacrimosa. Agua decoriah. Humo corcobado. Climas enyáticos. Deadcandanza y festín. Soplo motriz de mi claustro; dedos que lo bailan como nadando, plumíferos, en descenso, volátiles, flagelados.

Mi cuarto se vuelve un viajero, un vagabundo de senderos astrales. Su alfombra son arbustos de niebla. Su techo es de color transparente. Su geometría enloquece polimorfa: de pronto una esfera, de pronto un trapecio, después un prisma con brillo de pájaro y otra vez ojo cúbico. Caja cinética que transmuta su forma y mis visiones reflejas en los charcos que deja el siseo de su traslación rotativa. Visiones de siete ventanas. Vitrales que inhalan, que soplan, que fuelgan arquitecturas calidoscópicas: oxígeno emocional que suspende gravitaciones.


La feminidad de las sombras y el poder de la música, su magia de correspondencias. Convergencia de lo celeste con lo infraterrestre. Convergencia.