DAGNIADO. De la serie "Manicomio de locuras Púrpuras"



Quizá sea tu sexo lo que me ha dañado tanto, como a una botella bajo el sol con el agua caliente, insípida y fétida; porque mi carne ahora se parece a dos perros cogiendo ante la visión de una niña formada con el vaho de la ventana...
Ya sé que he callado tu nombre en la madrugada, cuando en mis manos estalla el cartílago de otras vegetaciones extrañas, pero si he decidido rondar la tumba que construí para ti es porque ya nadie me reconoce con mis ropas de náufrago; ahora me llaman el vagabundo de la cabellera verde. ¿Seré un árbol que se inyecta los relámpagos para amedrentar a sus ahorcados?
Tu sexo fragante, como el fantasma de los pétalos muertos que denigran el silencio de la habitación umbría donde todos los muñecos están listos para irse...
Indudablemente cuando llueve tú no existes, porque no eres musgo ni melancolía de liquen sobre mi corteza quemada; eres sangre acumulada en mi pene, erosena que naufraga en mis sentidos como un vapor que no salió del cuarto y no robaron los pelícanos del mar que me miró ser niño.
Seguramente tú no eres “charco de aire” ni antifaz de río, sino carnaza de la piel de alguien que murió hace tiempo cuando yo estaba sumamente drogado con todos los faunos bailando en mi pelvis, como un adolescente que se alambra la espalda mientras cruza al otro lado; y cuando gritas a tu contrincante en turno que te penetre, cuando das la espalda para ofrecer tus nalgas como un melón velludo sin una rebanada, tus secreciones vienen a morir en las burbujas de la sangre reunida en mi glande para sofocar las oscuridades de la noche pubescente. Y te vas, desapareces, porque la soledad me pertenece, y me pongo a gritar los nombres de las mujeres que se hicieron maniquíes. Y levanto alfileres. Consumo la hojarasca de un nuevo perfume. Y me pongo una camisa rota después de bañarme en las pupilas de la chica de enfrente. Y me dan frío los azulejos y me echan de los bares con las jeringas en el hielo. Y las calles son dedos manchados de negro que me desgarran los pechos, el vientre, la ingle, mi faz y mi lengua y me vuelvo el aliento de la tierra mojada cubierta de cadáveres pluviales hacinados en mi lado izquierdo... y entonces ya no existes.