De la serie MANICOMIO DE LOCURAS PÚRPURAS


No apetezco los residuos pero no he vivido en serio. Miro la coreografía de los pétalos violáceos con el viento y siento que eso me basta para ser feliz. Me fascinan las voces de los niños que me ofrece la ventana y el ruido de sus coches y de su pelota provocando las alarmas; sus infancias son algo lejano. Me gritan “vagabundo verde” y yo los amo, los atajo con lágrimas, les ofrezco cigarros de yerba escarlata y se esconden, se van llorando. Y entonces bendigo, bendigo a los que jodieron mi alma por haberme permitido tanta soledad, por haberme permitido quedarme solo como un sonido astral en el hueco azul del universo. Escribo, mientras me sirvo el café vespertino y me asomo a la taza y veo en ella mi reflejo como un Narciso: “Nadie puede conservar su soledad si no sabe hacerse odioso”. Y entonces arrojo todos los salvavidas, dejo que se evaporen las anestesias. Y escribo nuevamente: “Que nadie intente vivir sin haber hecho su aprendizaje de víctima”. Y pongo entre las manos mi falo y escucho la voz de mis amigas lesbianas pidiéndome darles un hijo y les digo, con el más extenso paroxismo, que no hay ovulaciones en la boca, que soy un macho,,, a pesar de mi rasgo femenino...