Minos y Carpelo






Amiga de las madejas lamiales, violáceas, arbóreas:

Te quiero dar todo el plasma seminal acumulado en los ovillos de espuma y carnosidad; tras ayunar, como un minotauro temperamental y profano, en las sendas apartadas de un dédalo de parénquima, atribulado, espectral, desbordante.
Abril es equívoco y se repliega en la mirada, como un rubor de la carne sin señales exactas. ¿Puedes percibir cómo se dispersa en esa música de química galáctica, como si nos fermentara?
Se precisa eyacular con el ritmo leve de una danza láctica, con la levitación breve de una mudanza elástica, en el lecho lechoso del cadalso dichoso, bajo el techo del ocaso que friamos oleosos, aromáticos, sudorosos.
Cuando la aurora rechine en la consanguinidad de los gallos, nos habremos partido como un nuevo estoma. Cuando ladre la tarde, una ristra de rictus destensará los gajos salobres de los plexos erógenos que nos trastornan.
Pero es preciso eyacular y reír. Para qué ofrecer recompensas.

Amiga de las esporas ambiguas, promiscuas, maleables, viciosas:

Te quiero dar todo el semen que no he segregado por una falsa tribulación.
Es preciso eyacular con el ritmo leve que exige nuestro cadalso venéreo, sin importar cuán breve sea el lapso ni cuántos grados de ocaso contenga el ardor.
Cuando la aurora rechine en los gallos, nos habremos partido, como un nuevo aroma. Pero es preciso, eyacular y partirnos.
Cuando ladre la tarde, una nueva sonrisa. Pero es preciso, eyacular y reírnos.
Para qué ofrecernos un látigo si brota un carpelo.

Imagen: "Si no te tardas", banca mensajera en un paseo de Uashacan, primavera de 2018. 
Fotografía digital