La Sra. de arriba







A la Sra. de arriba, todos, cuando ya es de día, le voltean a ver los zapatos ­—por cierto, nadie recuerda nunca cuáles traía—­. Esa Sra. de arriba necesita toneladas de sueño cosidas a sus pestañas, litros de morfina que la ahoguen en paz.

La Sra. de arriba se ha de poner su vestido blanco y sus zapatillas de tacón alto para bailar el vals con los invitados que nunca llegaron. Ha de hojear algún álbum mientras camina de la recámara al baño y del baño al cuarto de los niños que nunca nacieron. La Sra. de arriba ha de andar perseguida. Ha de tener pesadillas en escenarios de infaustos recuerdos.

A la Sra. de arriba, cuando ya es de día, le brillan los párpados como untados con manteca de asfixia. Siempre usa una bata de dormir, pero nunca duerme. La Sra. de arriba solo camina. La Sra. de arriba siempre tiene la luz encendida. Nadie la observa, pero todos la miran, a través del sonido extemporáneo que sus tacones percuten. Ni han de ser zapatillas, sino sus chanclas envejecidas de todos los días, solo que con el silencio amplificado de la vigilia figuran mil sodomías. Ni ha de hacerse la loca, si es locura el ensayo perpetuo de una danza senil. Más bien ha de escribir cartas. Ha de peinar a sus muñecas. Ha de escoger los vestidos que siempre al amanecer se le olvidan. Se ha de peinar ella y maquillarse en la madrugada porque recuerda que no lo hizo en todo el día.

La Sra. de arriba no es un caso más de alma en pena citadina. Nosotros, quizá nosotros somos quienes tenemos las pesadillas. Quizá somos nosotros quienes no podemos dormir y por eso juzgamos el vals de sus zapatillas. Si la Sra. de arriba nunca ha estado dormida ha de ser porque escucha cómo nuestro cadáver respira. Ella no tiene de qué preocuparse en esta coreografía. Ni ha de llorar, como los álamos, “porque sus bisagras se oxidan”. Somos nosotros quienes imaginamos a una Sra. de arriba que desaparece al anteponerse la luz natural de un nuevo día.


Texto de hace diecisiete años(Con un verso incidental de Javier Corcobado).

Imagen: "Pizzadilla, un film de 1917 que no se vio", registro de gráfica urbana, anónima y desautorizada, Coyotown, 2007.